Mayor consumo de agua, mayores hundimientos
En México, al menos, nueve ciudades se hunden debido a la excesiva extracción de agua del acuífero. Se trata de Aguascalientes, Ciudad de México, Querétaro, Celaya, Morelia, San Luis Potosí, Toluca, Mexicali y Durango.

Por Alejandro Ramos Magaña
En México, al menos, nueve ciudades se hunden debido a la excesiva extracción de agua del acuífero. Se trata de Aguascalientes, Ciudad de México, Querétaro, Celaya, Morelia, San Luis Potosí, Toluca, Mexicali y Durango.
En el país, el 70% del agua que se emplea en las zonas urbanas proviene de los depósitos subterráneos. Esto implica que aproximadamente 80 millones de personas de las ciudades dependen del agua de los acuíferos, según el Instituto de Geofísica de la UNAM.
Las poblaciones crecen y con ello aumenta la demanda de agua; también se incrementa el desalojo de las aguas residuales —que en su mayoría son volúmenes que salen sucias, sin tratarse, y contaminan suelos, ríos y mares—.
El modelo de agua no ha cambiado en México: se consume una vez y desecha sin ser reutilizada varias veces por falta de plantas de tratamiento. Por eso, de los 653 acuíferos que tiene el territorio nacional, casi la mitad se encuentran con déficit; 114 presentan un alto nivel de sobreexplotación (siendo el más grave el de la Ciudad de México y Zona Metropolitana), y 17 tienen problemas de aguas salobres y salinización de suelos, como ocurre en la Península de Yucatán.
Con la excesiva extracción de agua del subsuelo se intensifican los hundimientos diferenciales y fractura de suelos (lo que eleva el riesgo ante sismos e inundaciones), y deterioran seriamente la estructura urbana en general.
Veamos al caso más grave ante estos fenómenos. El suelo de la Ciudad de México y Zona Metropolitana tiene hundimientos diferenciales, con un promedio anual de 10 centímetros, lo que significa estar 10 metros por debajo del nivel que tenía la capital del país en 1910.
Sin embargo, en la región oriente de la ciudad, donde tuvieron su esplendor los lagos de Chalco, Xaltocan y una parte del Lago de Texcoco, se tienen registros de hundimientos mayores de entre 20 y 40 centímetros por año. Y en esa zona es donde más ha crecido la mancha urbana en las últimas décadas, principalmente la presión la ejercen los municipios conurbados del Estado de México.
De acuerdo con los geólogos de la UNAM, estamos ante un fenómeno de alta gravedad, producto de la sobreexplotación del acuífero, del que hay registros de que se le extrae hasta el 240% del agua, seis veces más de lo recomendado, de acuerdo con la Comisión Nacional del Agua (Conagua).
Y la misma Conagua precisa que el acuífero de la Ciudad de México y Zona Metropolitana presenta una extracción anual de 1,226 millones de metros cúbicos de agua y la recarga media anual se estima en 513; esto implica que la extracción se da en razón de 2.4 a 1.
El país registra una seria crisis de desabasto de agua; en tanto, las fallas geológicas generan socavones y grietas que dañan la infraestructura urbana y elevan la vulnerabilidad ante sismos. Además, los agrietamientos del subsuelo alteran significativamente la calidad del agua.
Entre 2007 y 2018, el entonces Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex) realizó trabajos con la finalidad de dimensionar la evolución de los hundimientos y lo hizo con una red topográfica conformada con 1,985 bancos de nivel (placas de bronce de superficie ubicadas en las avenidas), de los cuales 18 son profundos (hincados sobre tubos una profundidad de 50 a 100 metros). Y con esta tecnología se registró que los hundimientos en la zona Centro de la ciudad es de entre 5 y 10 centímetros en promedio anual; de 20 centímetros en el perímetro donde se encuentra el Aeropuerto Internacional de la Ciudad la Ciudad de México (AICM), y los máximos valores de hundimiento los detectó en la zona oriente con rangos de 30 a 40 centímetros.
El fenómeno de los hundimientos es irreversible, pero se le puede contener por dos métodos — me aseguró el geólogo Federico Mooser (finado) —, uno es inyectando caudales de agua potable al acuífero y analizar el comportamiento del subsuelo para después impulsar otros proyectos hidráulicos de gran escala. El otro método es estabilizar al acuífero mediante la reducción sistemática en la extracción de agua e incrementar la recarga mediante la inyección de agua residual tratada hasta potabilizarla con la tecnología más avanzada.
Lamentablemente cada gobierno en turno establece prioridades y congela o desecha otras; se alteran procesos, se pierde personal calificado, y flaquean los presupuestos. Y mientras los hundimientos siguen y la oferta de agua es mucho menor a la demanda.
En el Instituto de Geología de la UNAM se tienen proyecciones de que, en los próximos 150 años, la Ciudad de México se podría hundir 30 metros adicionales, lo que impactará seriamente a la infraestructura urbana y al ambiente.
Esto reafirma que el fenómeno de hundimientos diferenciales es irreversible y que la ciudad está condenada a las inundaciones permanentes. Además, el acuífero perdería su capacidad de almacenamiento por el peso de la ciudad (el acuífero funciona como una esponja que capta agua por los poros, la almacena, pero cuando se le aplica un peso el líquido sale, y si se mantiene ese peso, aunque le inyecta agua ya no volverá a almacenar agua en la misma dimensión).
El camino de la autodestrucción ha sido más dinámico que impulsar grandes proyectos para recuperar los acuíferos. Obviamente, los grandes proyectos hídricos deben venir acompañados de abultados presupuestos, no para uno o seis años, sino para varias décadas de forma sostenida.
Estamos ante un elevado riesgo a la seguridad hídrica, ambiental y de salud del país, lo que también acarrea afectaciones mayores a la producción alimentaria.
Además, arrastramos un gran pasivo ambiental: no sabemos cuál es la situación real en que se encuentran los acuíferos del país. Los reportes oficiales, principalmente, indican los bajos niveles de agua de los depósitos, pero no la salud integral de los mismos.