Cuidemos a quienes cuidan: ¿por qué la sociedad debe apoyar a los padres que trabajan jornadas largas?

En México, miles de padres enfrentan jornadas laborales extenuantes que afectan la crianza infantil. Apoyar con políticas públicas, redes comunitarias y reformas laborales es vital para promover entornos familiares sanos y una sociedad más equitativa y productiva.

Por Carlos Jonguitud Carrillo


Su origen fue la Revolución Industrial, pero su desarrollo lo seguimos viviendo en la actualidad, pues en las sociedades contemporáneas trabajar jornadas completas es una norma, no una excepción. No proviene en la mayoría de los casos de una exigencia laboral vinculada al éxito profesional, sino una forma de lograr la subsistencia de toda la familia. Llevar el pan no implica nada más cumplir las labores asalariadas de ocho horas, sino por añadidura cerca de cuatro horas extra en el transporte (dos de ida; dos de regreso) en las ciudades cosmopolitas, como implica vivir en el Estado de México y trabajar en la CDMX, por citar un ejemplo.


Esta entrega laboral tiene consecuencias profundas en la vida familiar, especialmente en la de padres y madres que deben conciliar el trabajo con la crianza. En la vida escolar, mucho se señala en que el cuidado de los hijos es una responsabilidad exclusiva del núcleo familiar, pero esta afirmación es y ha sido refutada por la realidad: la escuela hace un papel de apoyo que, en teoría, es mucho más activo del que se debería.


Los trabajadores para la educación han entendido que para que exista un desarrollo saludable de la infancia, el equilibrio emocional de los cuidadores y el bienestar colectivo deben están entrelazados. Por eso se pide que la sociedad y sus autoridades asuman un rol crítico y activo en cómo se apoyan a los padres que enfrentan largas jornadas laborales.


Hay una inmensa necesidad de comprender que los niños no son solo el futuro de sus familias, sino también de la sociedad en su conjunto. Un niño que crece en un entorno sano, acompañado, estimulado y protegido, tiene mayores probabilidades de convertirse en un adulto autónomo, empático y productivo. Por el contrario, cuando los padres deben pasar la mayor parte del día fuera del hogar para subsistir el tiempo disponible para acompañar y educar a sus hijos se reduce drásticamente. Ante esto, el Estado y la comunidad deben intervenir mediante iniciativas que sean viables y proyectos comunitarios hacia el cuidado infantil que garanticen entornos seguros, educativos y afectivos para los menores durante la jornada laboral de los padres. Si se lucha por eso, y se vuelve una realidad, estamos contribuyendo a que el liderazgo de los que hoy son niños pueda llegar a lo más alto de su potencial.


También es tarea de las empresas evolucionar para dejar atrás la idea de cómo se construye la productividad: pensar que más horas trabajadas equivale a más frutos laborales. Fenómenos como el agotamiento emocional y físico están vinculados con la disminución del rendimiento, donde los empleados se han vuelto más propensos a cometer errores y tienden a tener una salud endeble.


Sumado a ello, los padres que trabajan extensamente sin apoyo suelen arrastrar estrés, culpa y agotamiento al no ser capaces de dar cuidados. Implementar políticas de conciliación laboral —como la jornada híbrida, el trabajo remoto o el apoyo del políticas gubernamentales y comunitarias para que los niños no crezcan ni estén solos— podría mejorar la productividad, al mismo tiempo que fortalecería los vínculos familiares.


En la práctica, la falta de políticas de apoyo a padres trabajadores no impacta de forma equitativa: son las trabajadoras para la educación quienes, con mayor frecuencia, reducen su jornada, abandonan sus empleos o soportan dobles jornadas no remuneradas, al cargar solas la responsabilidad de llevar el sustento y atender las necesidades de los menores. Esta situación perpetúa la desigualdad de género en el mundo laboral, político y económico. El apoyo social a la crianza no es solo una medida de justicia familiar, sino una herramienta indispensable para avanzar hacia la equidad entre hombres y mujeres.


Invertir en el bienestar familiar en el presente no es una carga para el Estado, sino una forma inteligente de prevenir costos sociales mucho mayores a futuro. Niños sin supervisión adecuada, sin afecto o con un entorno inestable tienen más probabilidades de enfrentar problemas escolares, caer en adicciones, padecer enfermedades mentales o involucrarse en conductas delictivas. Estas realidades terminan costando mucho más a los sistemas de salud o de seguridad que lo que costarían una inversión preventiva y estructural enfocada a la infancia y a la conciliación familiar.

 

Finalmente, es necesario afirmar un principio ético fundamental: el trabajo es un derecho, pero también lo es el tiempo para cuidar, amar, convivir y descansar. Una sociedad justa no puede exigir a sus ciudadanos que sacrifiquen su vida familiar para mantenerse económicamente activos. Por ello, apoyar a los padres que trabajan de sombra a sombra no es solo una cuestión de eficiencia o previsión: es un imperativo moral. Significa reconocer que el valor de una persona no se mide únicamente por su rendimiento laboral, sino también por su capacidad de cuidar y construir lazos humanos.


Ayudar a los padres que trabajan extensamente no es un gesto de compasión, sino una decisión racional y ética que beneficia al conjunto de la sociedad. Impulsar políticas públicas, redes comunitarias 
y reformas laborales que permitan una crianza digna y equilibrada no solo mejora las condiciones individuales, sino que fortalece el tejido social, la equidad y el futuro común. Porque una sociedad que cuida a quienes cuidan, se cuida a sí misma.